LAS COSAS DE CARLOS
Y
entonces, Carlos volvió a casa tras 10 meses y 10 días de viaje por el
mundo, agotado pero feliz, atrás de él uno veía unos cuantos “pocos”
recuerdos: jarrones japoneses y egipcios, cuadros renacentistas
franceses, tejidos africanos de colores, fina y brillante losa inglesa,
cantidades de música caribeña y muchos otros. Pero el que más le atraía
era el elegante escritorio ruso, que en los tiempos de los zares
perteneció a una familia de noble linaje.
Rico pero de corazón
limpio, Carlos descansaba, iba a visitar a sus familiares y amigos y a
sus cosas siempre cuidaba. Siempre que volvía a casa las admiraba tanto o
más que la primera vez que las vio.
El punto de mi historia no es
contarles la maravillosa vida de Carlos, no señor. No es otro si no que
relatarles lo ocurrido ese día. Un día como cualquier otro, despreciable
en la historia, que tuvo un acontecimiento intrigante.
Llegando a
casa, después de encontrarse con un viejo amigo al cual no veía hace
años, Carlos notó un cambio. ¿Qué era? Estaba más vacía, faltaban cosas.
De primera, los jarrones de la recepción ya no estaban. Los cuadros del
salón habían desaparecido. Las estanterías de la cocina estaban
desocupadas.
Subiendo la escalera no vio los preciosos tejidos
colgados. Los discos no aparecían por ninguna parte. En fin, éstas y
otras varias cosas ya no estaban, la ignorancia sobre la situación ya no
incomodaba a Carlos, si no que ahora le desesperaba. ¿Un robo, quizás?
Sí, era lo más probable.
Por último, se dirigió a su habitación,
donde estaba su querido escritorio. Temiendo lo peor, abrió casi de
golpe la puerta y, como era de esperarse, el rincón vacío confirmó su
sospecha. Confundido, Carlos se sentó en su cama, con la mente
bloqueada. Miraba a todas partes, paranoico.
“Para Carlos” decía por
afuera el sobre. “Al parecer es una carta” pensó él al ver el pequeño
objeto que yacía a su lado. No lo había visto antes. Entonces lo tomó,
lo abrió y, dudándolo un momento, se dispuso a leer. La letra estaba muy
cuidada, con curvas perfectas y de un azul cautivante.
Decía así:
“Querido Carlos:
Esta carta no tiene otro propósito más que el hacerte saber lo muy
agradecidos que estamos contigo. Tu cuidado nos hizo generar un gran
aprecio hacia ti. Desgraciadamente, nos sentimos cansados y deseamos
volver a nuestros hogares, espero que nos comprendas.
Nunca te olvidaremos,
Tus cosas.”
Maravillado, Carlos leyó una y otra vez la carta. Ya no se sentía
desesperado ni nada de eso. Miró por la ventana con una sonrisa, feliz
de haberlas complacido.
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